Otra vez ha ocurrido. Una película, del director danés Bille August, de las que hacen afición,
de las que te dejan clavado en la butaca, pensando, disfrutando de la
experiencia tan intensa que has vivido, y casi triste porque ha terminado.
Jeremy Irons hace de profesor de instituto en Berna. Las
primeras secuencias, en esta ciudad, son grises, tristes, llenas de viento,
lluvia y oscuridad. Se nota desde el principio que está abatido, abandonado,
hasta el punto de recuperar de la basura una bolsita para hacerse un té, porque
se le ha terminado. El típico desastrado que vive sólo, sin hablar apenas con
nadie. Mientras camina hacia su trabajo, se encuentra con una joven que se
quiere tirar al río. La salva, y le dice “¿no sabe usted que la vida puede
cambiar en cualquier momento?”. Me resultó curioso, en ese momento, que dijera
algo así alguien tan aparentemente rutinario y triste como él.
La muchacha le acompaña al instituto. Al rato se va, y se
deja la gabardina. En el interior de la prenda, el profesor encuentra un libro,
“El orfebre de las palabras”, escrito por un tal Amadeo. En el libro lee frases
tan prodigiosas como estas:
“Cuando abandonamos un sitio, dejamos allí una parte de
nosotros… y hay cosas de nosotros que sólo recuperaremos si regresamos a ese
sitio”
“El miedo a la muerte puede ser el miedo a ni haber sido
capaz de convertirse en quién planeabas ser”
El profesor parece irse transformando con la lectura. Ha
encontrado todo aquello que a él le hubiera gustado escribir, o vivir. En el
libro encuentra dos billetes de tren a Lisboa. Cuando va a la estación, con la
intención probablemente de devolvérselos a la chica, el tren está a punto de
salir. Sin pensarlo siquiera un segundo, sube al tren, sin equipaje.
Y emprende el viaje
El viaje de su vida. Ha hecho algo (lo confesará después) que
jamás se había planteado antes en su aburrida existencia. Llega a una Lisboa
luminosa, encantadora, con ese embrujo que tiene una ciudad que jamás ha
quedado mal en ninguna película, que se convierte por méritos propios en
protagonista de cualquier largometraje que se haya rodado allí.
El profesor emprende un investigación sobre los personajes
que se citan en el libro, protagonistas de uno de los momentos más duros de la
dictadura portuguesa, los últimos días de la dictadura de Salazar, previos a la
revolución de los claveles. Las escenas actuales se mezclan con episodios de
aquella época perfectamente ambientados.
Parece mentira que un tempo lento, sosegado (como diría
Pessoa, cuyo espíritu aletea durante todo el tiempo por el metraje), la
película se nos haga tan corta. Las conversaciones con unos secundarios de lujo
(Bruno Ganz, que vuelve a Lisboa muchos años más tarde, desde aquella magnífica
“En la ciudad blanca” de Alain Tanner, Tom Courtenay, Jack Huston en el papel
de Amadeu, un joven que recuerda a Lorca), y las charlas con la siempre dulce y
sugerente Martina Gedeck (“Deliciosa Marta”, la película que fue copiada por
los americanos en “Sin reservas”), son de las que se recuerdan como momentos de
buen cine. Todos ellos han vivido la vida que a Jeremy Irons le hubiera gustado
vivir, tal y como le comenta a Martina Gedeck.
Y el final… Sólo comentar que tanto a mi santa como a mí, que
no solemos ser muy partidarios de los finales abiertos, se nos puso la carne de
gallina. Emocionante, emotivo, perfecto.
Una película encantadora, con momentos duros, sincera,
comprometida, con personajes profundos, algunos de los cuales consiguen encontrarse a sí mismos, y frases que te hacen pensar. Recomiendo
como siempre verla en versión original. La voz de Jeremy Irons, que no conocía,
es espectacular.