domingo, 25 de mayo de 2008

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal



A pesar de no ser uno de mis héroes cinematográficos preferidos, entre otros motivos porque soy incapaz de recordar los títulos de sus películas (excepto la primera, y para mi la única, “en busca del arca perdida”), tengo que reconocer que la última entrega del amigo Indiana me ha gustado bastante, por muchas y variadas razones, que paso a detallaros a continuación:

No sé porqué, pero me da la sensación de que el famoso arqueólogo me parece más humano en esta entrega que en las otras. Posiblemente sea por las continuas referencias a su edad, a su mucha edad, mejor dicho, que le brindan tanto su hijo, interpretado por Shia LaBeouf, como su amigo como su esposa, la siempre fascinante y eternamente joven Karen Allen. Indi se toma sus propias torpezas con bastante sentido del humor. Se ríe de sí mismo cuando falla en un salto, se toma con auténtica filosofía las alusiones a su alta graduación (excepto cuando el torpe del hijo le pregunta si tiene ochenta años), comete errores, sigue teniendo un pánico exacerbado a las serpientes, aunque sean inofensivas y se utilicen para salvarle la vida... Un personaje más cercano a nosotros, a pesar de que las canas le han dotado sin duda de una gran sabiduría y experiencia.

En este sentido, también resulta simpático el hijo de Indi, ese chulo inmisericorde que moja su peine en la coca-cola del lechuguino de la mesa de al lado sin cortarse ni un solo pelo de su abundante tupé. Shia LaBeouf parece más a gusto actuando bajo la batuta de papá Spielberg que cuando perpetró ese crimen contra la audiencia titulado “Transformers”. Resultan gloriosas las escenas en el cementerio peruano, situado sobre la llanura de Nazca, en la que el pobre muchacho pasa tanto miedo, que su padre se recrea y disfruta por primera vez desde que le conoce. Las escenas con el peine y con la navaja son dignas de figurar en una antología mundial de canallitas simpáticos.

Me gustaron mucho también los pequeños guiños a los amantes del cine. La nave del principio recuerda a la del final de “Ciudadano Kane”, la primera aparición del hijo de Indi es idéntica a la imagen de Marlon Brando en “El salvaje”, las hormigas gigantes calcan escenas de “Cuando ruge la marabunta”... Seguro que hay muchos más que no recuerdo en este momento, aunque no cabe duda de que hasta el marciano imantado que roban del gigantesco hangar ha salido ya en muchos títulos.

Pero tengo que reconocer, amigos, que lo que más me gustó de toda la cinta fue, sin ninguna duda, un personaje, que posiblemente se grabe para los restos en mi desquiciado cerebro, y me empuje incluso a volverme ese friki que nunca he querido ser. Me refiero, y posiblemente más de uno lo haya adivinado, al personaje de Irina Spalko, interpretado por una Cate Blanchett en el que posiblemente constituya el papel cumbre de toda su carrera. No puedo describir las sensaciones que esta mujer despertaba en mi alma cada vez que su fascinante presencia llenaba la pantalla. No soy capaz de recordar a ningún archienemigo de Indi tan profundamente sugerente como esta fanática soviética enamorada de la parapsicología. Su mirada, su pelo corto y moreno, sus felinos movimientos, su forma de hablar... Amigos, una mujer así es capaz de llevarnos a los más insondables y profundos abismos del infierno con solo chasquear los dedos.
Siempre me ha gustado esta actriz. He seguido su trayectoria casi desde los comienzos, pasando luego por títulos como “Atando cabos” o “Elizabeth”, hasta llegar a joyas como “El buen alemán”, “Babel” (sin duda lo mejor de la película) o “Cofee and cigarettes”, pero estoy convencido, y lo proclamo a los cuatro vientos, que le va a costar mucho a esta mujer superar su papel de Irina Spalko.

En fin, un par de horas de buen entretenimiento, salpicado con esas teorías sobre nuestros orígenes extraterrestres que tanto nos fascinan, bien contada, con un ritmo siempre trepidante y con un final que recuerda bastante a la de “La búsqueda 2”, pero bastante mejor resuelto.

Se me olvidaba: un sentido chapeau también para el siempre magistral John Hurt, que interpreta como ningún otro podía haberlo hecho al demente Harold Oxley. Este hombre se las ha apañado siempre para participar en grandes títulos. Pocos, pero escogidos. Su presencia añade siempre un valor suplementario al producto en el que participe. Se está convirtiendo a todas luces en un actor con mayúsculas, de los que ya caso no quedan.