domingo, 25 de mayo de 2008

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal



A pesar de no ser uno de mis héroes cinematográficos preferidos, entre otros motivos porque soy incapaz de recordar los títulos de sus películas (excepto la primera, y para mi la única, “en busca del arca perdida”), tengo que reconocer que la última entrega del amigo Indiana me ha gustado bastante, por muchas y variadas razones, que paso a detallaros a continuación:

No sé porqué, pero me da la sensación de que el famoso arqueólogo me parece más humano en esta entrega que en las otras. Posiblemente sea por las continuas referencias a su edad, a su mucha edad, mejor dicho, que le brindan tanto su hijo, interpretado por Shia LaBeouf, como su amigo como su esposa, la siempre fascinante y eternamente joven Karen Allen. Indi se toma sus propias torpezas con bastante sentido del humor. Se ríe de sí mismo cuando falla en un salto, se toma con auténtica filosofía las alusiones a su alta graduación (excepto cuando el torpe del hijo le pregunta si tiene ochenta años), comete errores, sigue teniendo un pánico exacerbado a las serpientes, aunque sean inofensivas y se utilicen para salvarle la vida... Un personaje más cercano a nosotros, a pesar de que las canas le han dotado sin duda de una gran sabiduría y experiencia.

En este sentido, también resulta simpático el hijo de Indi, ese chulo inmisericorde que moja su peine en la coca-cola del lechuguino de la mesa de al lado sin cortarse ni un solo pelo de su abundante tupé. Shia LaBeouf parece más a gusto actuando bajo la batuta de papá Spielberg que cuando perpetró ese crimen contra la audiencia titulado “Transformers”. Resultan gloriosas las escenas en el cementerio peruano, situado sobre la llanura de Nazca, en la que el pobre muchacho pasa tanto miedo, que su padre se recrea y disfruta por primera vez desde que le conoce. Las escenas con el peine y con la navaja son dignas de figurar en una antología mundial de canallitas simpáticos.

Me gustaron mucho también los pequeños guiños a los amantes del cine. La nave del principio recuerda a la del final de “Ciudadano Kane”, la primera aparición del hijo de Indi es idéntica a la imagen de Marlon Brando en “El salvaje”, las hormigas gigantes calcan escenas de “Cuando ruge la marabunta”... Seguro que hay muchos más que no recuerdo en este momento, aunque no cabe duda de que hasta el marciano imantado que roban del gigantesco hangar ha salido ya en muchos títulos.

Pero tengo que reconocer, amigos, que lo que más me gustó de toda la cinta fue, sin ninguna duda, un personaje, que posiblemente se grabe para los restos en mi desquiciado cerebro, y me empuje incluso a volverme ese friki que nunca he querido ser. Me refiero, y posiblemente más de uno lo haya adivinado, al personaje de Irina Spalko, interpretado por una Cate Blanchett en el que posiblemente constituya el papel cumbre de toda su carrera. No puedo describir las sensaciones que esta mujer despertaba en mi alma cada vez que su fascinante presencia llenaba la pantalla. No soy capaz de recordar a ningún archienemigo de Indi tan profundamente sugerente como esta fanática soviética enamorada de la parapsicología. Su mirada, su pelo corto y moreno, sus felinos movimientos, su forma de hablar... Amigos, una mujer así es capaz de llevarnos a los más insondables y profundos abismos del infierno con solo chasquear los dedos.
Siempre me ha gustado esta actriz. He seguido su trayectoria casi desde los comienzos, pasando luego por títulos como “Atando cabos” o “Elizabeth”, hasta llegar a joyas como “El buen alemán”, “Babel” (sin duda lo mejor de la película) o “Cofee and cigarettes”, pero estoy convencido, y lo proclamo a los cuatro vientos, que le va a costar mucho a esta mujer superar su papel de Irina Spalko.

En fin, un par de horas de buen entretenimiento, salpicado con esas teorías sobre nuestros orígenes extraterrestres que tanto nos fascinan, bien contada, con un ritmo siempre trepidante y con un final que recuerda bastante a la de “La búsqueda 2”, pero bastante mejor resuelto.

Se me olvidaba: un sentido chapeau también para el siempre magistral John Hurt, que interpreta como ningún otro podía haberlo hecho al demente Harold Oxley. Este hombre se las ha apañado siempre para participar en grandes títulos. Pocos, pero escogidos. Su presencia añade siempre un valor suplementario al producto en el que participe. Se está convirtiendo a todas luces en un actor con mayúsculas, de los que ya caso no quedan.

sábado, 15 de marzo de 2008

Michael Clayton


Michael Clayton (George Clooney) es el típico bombero de un afamado bufete de Nueva York. Su trabajo consiste en hacer de chacha de los clientes importantes y en solucionar los asuntos más oscuros. No es abogado, pero sabe de leyes, y con eso le basta. Su amigo, Arthur, interpretado por Tom Wilkinson (Full Monty), pierde la cabeza al descubrir que una gran compañía a la que defiende el bufete para el que trabaja está provocando cáncer con sus productos para agricultura.


Después de un inicio prácticamente inentendible, la acción se desboca para mostrarnos los tejemanejes de una enigmática adjunta a la presidencia de la compañía, Karen Crowder (magistralmente interpretada por una inquietante Tilda Swinton, enigmática actriz, a mi juicio, que después de interpretar a la bruja mala de Narnia parece estar especializándose en papeles de femme fatale), que no duda en recurrir a las bajezas más rastreras para conseguir sus objetivos, a priori tan miserables como el hecho de conseguir la palmadita en la espalda y el hipotético respeto de su jefe, un sujeto engordado y títere que al parecer no se está enterando de nada.


Tan soberbia es la interpretación de Clooney como la del resto de los protagonistas de la película. Quiero destacar en este sentido la interpretación de Sidney Pollack, en el papel de Marty Bach, el jefe de George Clooney, con esa ambiguedad que muestra ante la salida del tiesto de Arthur, el amigo de Clooney, un veterano de la compañía. Marty le aprecia como el antiguo empleado que es, pero también reconoce que se debe a la compañía contaminadora, que es la que realmente le paga. En este sentido, Clooney se define más concretamente, tomando partido cuando tiene que tomarlo ante la situación límite de apoyar a Arthur o defender los intereses de la compañía.


Si tuviera que destacar dos escenas, totalmente complementarias, destacaría los dos encuentros, a cara de perro, entre Michael Clayton y Karen Crowder. Una alternancia de poder que hiela la sangre.


Sin duda una más que recomendable película. Me recordó a Erin Brokowich, la historia real de una abogada interpretada por Julia Roberts. El subgénero de las grandes compañías aparentemente invulnerables todavía da mucho juego en el cine. Lástima que en la vida real no se produzcan de vez en cuando estas peleas entre David y Goliath.

Babel

Escribo esta sinopsis con la sana intención de que, quien la lea, tome conciencia de que no me debe decir en ningún momento, si es que se cruza en mi camino, que esta película es comparable, o incluso mejor, que la excelente "Crash". Nada más lejos de la realidad, en lo que a mi criterio al menos se refiere. "Babel" no le llega a "Crash" ni a la suela de los zapatos, así que, por favor, seamos sensatos a la hora de comparar una película con otra que supuestamente se le parece.




Partiendo de un hecho totalmente fortuito, quizá la parte más lograda de la película, se desencadenan una serie de acontecimientos, presuntamente relacionados entre si, destinados a mostrar únicamente que el tercer mundo es cada vez más amplio que el primer mundo, que los habitantes del tercer mundo pueden estar agradecidos por disfrutar del enorme privilegio de servir a los habitantes del primer mundo y que, de tan buenos e inocentes como son, resultan en realidad medio idiotas comparados con los superinteligentes, superimportantes y superdelicados ciudadanos del primer mundo.




Para demostrarnos todo esto, Iñárritu nos cuenta tres historias paralelas, con esos saltos en el tiempo que tanto le gustan, y con esos paisajes áridos, monótonos y fríos con los que al parecer disfruta también.




La estúpida peripecia de la criada mexicana de Brad Pitt y Cate Blanchett, que se lleva a los dos hijos del matrimonio a la boda de uno de sus sobrinos que se celebra al otro lado de la frontera, denota el miedo y la dependencia de ese tercer mundo con respecto al primero, y el peligro que implica abandonar, aunque solo sea durante un corto periodo de tiempo, la frágil seguridad que proporciona el tan ansiado modo de vida americano. Un castigo desmesurado ante un pequeñísimo pecado. Un castigo ante el que el matrimonio americano no mueve ni siquiera un dedo, a pesar de deberle su salvación a un miembro de otro tercer mundo situado al otro lado del oceano, devuelve a la inocente criada al triste lugar del que procede, sin posibilidad de vuelta atrás. Podía haber sido, amiga, pero, al haber puesto en peligro a dos miembros del primer mundo, y encima niños, no podemos confiarte de nuevo la custodia de nuestros cachorros. Hay más de doscientas dispuestas a ocupar tu lugar por cuatro duros.




Incomprensible la aventura de la adolescente japonesa muda, hija del propietario del arma que desencadena la locura, quien al parecer se la había regalado a un pastor de cabras marroquí en uno de sus viajes de acaudalado cazador. Un capítulo absurdo, patético y sujeto a múltiples interpretaciones. Una historia que no se resuelve. Los comentarios de los espectadores, una vez finalizada la película, encaminados a intentar explicar las posibles razones de las tendencias suicidas de la chica japonesa, resultaban de lo más variopintos. Comentarios que, sin embargo, eran incapaces de elucubrar la naturaleza del posible contenido de la nota que la muda le pasa al policía.




La perversidad del primer mundo frente a la inocencia y servilismo del tercero se refleja con la actitud de los turistas que acompañan a Brad Pitt y a su mujer en su aventura vital. Unos turistas egoístas, insolidarios, impacientes, horteras y, por supuesto, cobardes, que ven terroristas islámicos hasta por debajo de las piedras y que, curiosamente, no son estadounidenses, sino europeos. Unos dignos representantes de esa estirpe de turistas que pretenden visitar países con la misma seguridad y garantías de las que disfrutarían en un parque temático. Un tema manido, que debería provocar la vergüenza de pertenecer al primer mundo, en el caso de que los espectadores tuvieran la clara conciencia, no reflejada en la película salvo para los habitantes de Estados Unidos o Japón, de pertenecer a ese primer mundo.




En definitiva: malos muy malos y buenos muy tontos. Justamente lo contrario que reflejaba "Crash", en la que el principal mensaje, magistralmente transmitido, consiste precisamente en demostrar que ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos, que existen matices y tonos grises en todos los órdenes de la vida. Una película de la que lo único que destaco es la banda sonora de Gustavo Santaolaya. Del resto, aún a riesgo de sufrir la excomulgación de la mayor parte de la opinión pública, no salvaría absolutamente nada.

jueves, 13 de marzo de 2008

American beauty


Prodigiosa opera prima de Sam Mendes, American beauty nos demuestra una vez más que, si bien los norteamericanos suelen ser medio estúpidos, tienen una envidiable capacidad para reírse de sí mismos, y que pueden llegar a aceptar la crítica hasta el punto de otorgarle al supuesto ataque cinco oscars de la academia.American Beauty es un ataque frontal, cínico y certero al "American Way of life", a una forma de vida en la que es más importante un sofá italiano que la moralidad y felicidad de una familia. Tres personajes de la clase media alta muestran al exterior la mejor de sus sonrisas mientras que se despellejan mutuamente en el interior de las lujosas cuatro paredes de su vivienda, idéntica al resto de viviendas que la rodean.


Personajes satélites de este drama demuestran también que no son los únicos desestructurados, que existen otras personas igualmente afectadas por el virus de la superficialidad.Lester Burnham (soberbio Kevin Spacey), en plena crisis de los cuarenta, nos resume magistralmente al principio de la película la sensación que tiene de lo rutinaria y aparentemente perfecta vida: "aquí me tienen, cascándomela en la ducha. A partir de aquí, todo empieza a ir mal". Al conocer a una amiga y compañera de colegio de su hija adolescente, decide salir de su hata entonces pereza vital con el firme propósito de ligársela. Abandona su trabajo (provoca más bien que le despidan con una buena indemnización) y se mete a trabajar, sin complejos, como vendedor de hamburguesas. En ese sentido resulta patética la escena en la que el jefe de personal de la hamburgueseria, veinte años más joven que el, revisa su expediente con cara de incredulidad antes de contratarle.


Paralelamente a la historia de Burnham, su hija conoce en el colegio a un joven, vecino suyo, que vende marihuana para poder pagarse su cara afición a las grabaciones de video y a los equipos audiovisuales de última generación. Los padres de este joven son un marine retirado de paranoica psicología, y una madre cuyo cerebro parece desarrollar menos actividad que cualquier vegetal.


La esposa de Burnham, una guapa mujer perfeccionista, hiperactiva y obsesionada con su trabajo (vendedora de casas), muy bien interpretada por Annete Bening, le da más importancia al mobiliario de su casa y a la aparente sensación de bienestar que a mantener el equilibrio y la salud mental de su desquiciada familia. Siempre en una búsqueda histérica del triunfo, no duda en embarcarse en una más que dudosa aventura con el prototipo de vendedor ideal, presente en todos los catálogos locales de venta de casas como el mayor exponente de la virtud inmobiliaria. Sin importarle en absoluto la repentina crisis de su marido, vive su romance con la misma superficialidad con la que se toma el resto de las cosas.


Ni siquiera la amiga de la hija de Burnham, interpretada por una prometedora Mena Suvari, resulta ser la aparentemente devoradora de hombres que se instala fuertemente en el desquiciado cerebro de Lester. Destaca la escena en el que el novio de la hija de Lester la desploma sin compasión de su pedestal de princesa, con una crítica demoledora dirigida a su persona y a su forma de actuar. Imitada también en muchas ocasiones la escena de las evoluciones de la chica, desnuda, en un lecho de pétalos de rosa. Todo un símbolo de nuestro tiempo.


Nada resulta ser lo que parece, por tanto, en esta mordaz, trágica y cortante crítica a los sacrosantos pilares de un estilo de vida que alaba la superficialidad y la rutina por encima de las relaciones familiares y humanas. Una película que muestra sin ningún respeto la podredumbre que se oculta por debajo de una plastificada sensación de bienestar, tan falsa y efímera como esa bolsa de plástico que vuela de forma errática, dejándose llevar por los acontecimientos, en una de las mejores escenas filmadas por el novio de Thora Birch, la hija de Lester.


La maravillosa banda sonora compuesta por thomas Newman contribuye acertadamente a convertir a "American Beauty" en un icono de buen cine. Una película que sin duda se convertirá con el tiempo en una referencia de culto.

Infiltrados


"Déjalo ya, Frank. Ya no necesitas más dinero". "Tampoco necesito follar y sin embargo me encanta". "infiltrados" está llena de perlas como esta, dignas de pasar a la historia de los diálogos de cine. La última película de Scorsese trata de eso, de dos jóvenes infiltrados, uno en la policía (Colin Sullivan, interpretado por Matt Damon) y otro en las filas de un grupo de gángsteres irlandeses (Billy Costigan, interpretado por Leonardo Di Caprio). Dos peones, manejados a su antojo por Frank Costello, el jefe del grupo de delincuentes, magistralmente interpretado por un Jack Nicholson en posiblemente uno de los mejores papeles de toda su trayectoria.


Puedes odiar a Leonardo Di Caprio, o considerar un novato inexpresivo a Matt Damon, pero te aseguro que en esta película alcanzan cotas de interpretación muy por encima de la media de las películas que han hecho ambos. Seguramente debido a la maestría del bueno de Scorsese, un director que nunca defrauda y buen especialista a la hora de describir personajes mafiosos. En este caso, Jack Nicholson se sale como Frank Costello, un capo que adopta desde niño a Colin Sullivan y le paga su carrera hasta convertirle en un alto mando de la policía. Una inversión, en realidad, porque el astuto Sullivan se encarga de avisar a su padrino cada vez que la policía le pisa los talones, permitiéndole así a su padrino alcanzar un puesto cada vez más privilegiado en el mundo del crimen. Al adoptarlo, Costello pronuncia otra de las muchas frases memorables de esta película: "Cuando tenía tu edad nos decían que podíamos ser policías o delincuentes, pero cuando tienes una pistola cargada...¿Cual es la diferencia?".


La trayectoria estelar de Sullivan en la policía, perfectamente complementada con la vida de niño de papá que le financia su padre adoptivo, contrasta fuertemente con la de Costigan, Leonardo Di Caprio, que ha tenido problemas desde su juventud y al que eligen para infiltrarse en la banda de Costello poco menos que para hacerle un favor. Resultan enriquecedores los diálogos de Costello con el nuevo miembro, al que considera prácticamente como su hijo y del que sin embargo no deja de sospechar en ningún momento.


Curiosa también la cacería que se establece entre los dos jóvenes, que no se conocen pero que son conscientes, casi desde el principio, de que algo no cuadra, y de que hay un infiltrado en el otro campo. Esta obsesión por encontrar al otro les consume la vida, ya que la certeza de que en cualquier momento pueden ser descubiertos les provoca situaciones de crisis continuas.


Una gran película, llena de buenas interpretaciones y de clases magistrales impartidas por Frank Costllo, que se hace incluso simpático a pesar de rodar la paranoia. Buena también la interpretación del grupo de criminales irlandeses, bastante más bestias que los gángsteres italianos a los que nos tiene acostumbrado Hollywood. A destacar también la banda sonora, compuesta por Howard Shore, y en especial una pieza que poco o nada tiene que ver con la música irlandesa que se deja escuchar en la mayor parte del resto de la película. La pieza en cuestión se llama "The departed tango", y pasará seguramente a la leyenda.

martes, 11 de marzo de 2008

La vida de los otros



No me puedo considerar precisamente un fan del cine alemán. Suelo colocar la cinematografía de este país a años luz del cine que se está realizando en Francia, en Inglaterra o incluso en Italia. Sin embargo, en los últimos años tengo que destacar dos películas que me han sorprendido agradablemente, tanto por su temática como por su excelente factura: El hundimiento, que muestra los últimos días de Hitler, y en la que no se escatiman recursos para reflejar la absoluta inhumanidad del personaje, y esta, La vida de los otros.


El capitán Gerd es un eficiente policía de la Stasi, la temible policía de la alemania comunista. Sus métodos para interrogar sospechosos son tan refinados y efectivos, que una parte de su trabajo consiste en dar clase a futuros interrogadores. La película está repleta de detalles de buen cine, como por ejemplo, el del momento en que Gerd marca casi imperceptiblemente con una x el nombre de un alumno que le hace una pregunta ligeramente capciosa. Cuando le encomiendan la vigilancia de un matrimonio formado por un escritor de teatro y una famosa actriz que han caido bajo sospecha, la vida de Gerd empieza a cambiar. Poco a poco asistimos, escucha tras escucha de los diálogos que mantiene el matrimonio, a algo que no se suele producir en casi ningún ser humano: el cambio radical de su forma de pensar, de su ideología, de su manera de ver la vida. En un alarde de integridad, el policía decide ayudar a la pareja sin que esta sospeche nada, hasta el punto de perder su trabajo y su consideración en el partido.


Es curioso el personaje del jefe de Gerd, un arrivista hipócrita, amante de la buena vida e incombustible en su postura ante el partido. En una de las escenas, en el comedor del cuartel de policía, un joven aspirante a policía cuenta un chiste sobre Stalin. Este personaje, el jefe de Gerd, le ríe la gracia y le cuenta, a su vez, otro chiste. En un guiño a la memoria del espectador, el joven vuelve a aparecer, casi al final de la película, al lado de Gerd en una oscura dependencia. El bueno del jefe le ha depurado, condenándole a un trabajo gris, absurdo y sin ninguna posibilidad de ascenso.


La película tiene uno de los finales más conmovedores que he visto en los últimos tiempos. Repito que es de las pocas veces que se muestra el cambio radical en la forma de pensar de una persona. Si todos fuéramos capaces de encontrar la sensibilidad que encuentra Gerd a través de las escuchas, el mundo funcionaría de otra manera.

Pequeña miss sunshine


Al parecer, Jonathan Dayton y Valerie Faris tuvieron que recorrer muchos despachos, y ver como su guión acababa en infinidad de papeleras, antes de que alguien se decidiera a rodar la película. Gracias a la tenacidad de esta pareja, podemos disfrutar hoy de esta joya cinematográfica. Una muestra más de que las ideas son más importantes que los medios o el presupuesto a la hora de crear una buena película.


Los Hoover no son una familia del todo normal. El padre, interpretado por Greg Kinnear (Mejor imposible), es un escritor fracasado que intenta a toda costa publicar su gran libro sobre el éxito. La madre, Toni Collette (la boda de Muriel), es adicta a la comida basura, y tiene que hacerse cargo de su hermano, un desequilibrado Steve Carell, posiblemente en el mejor papel de toda su carrera, especialista en Proust que ha intentado suicidarse,, cortándose las venas, debido a que su amante le ha abandonado. El hijo mayor, Paul Dano, es un adolescente cuando menos inquietante, que ha prometido no hablar hasta conseguir ingresar en una escuela de pilotos. Se comunica mediante notas escritas, y no disimula su fastidio cuando la madre le obliga a compartir habitación con su depresivo tío. Representativa de esta tensa situación es la nota que le pasa antes de dormir, en la que le dice a su tío "por favor, no te suicides esta noche". En cuanto al abuelo, Alan Arkin, que se llevó un oscar a casa por su magistral interpretación, es un irreverente vejete que esnifa cocaína, fuma porros y se dedica a preparar a su nieta, la verdadera protagonista de la cinta, la jovencísima Abigail Breslin, para un concurso de misses infantiles.Cuando la joven recibe la llamada que la invita al concurso, toda la familia se embarca en una destartalada furgoneta amarilla para recorrer, en tres días, la distancia que les separa de California. Después de una serie de peripecias, a cual más tragicómica y surrealista, la pequeña de los Hoover consigue participar en el concurso, y mostrarle al mundo los sugerentes pasos de baile que le había enseñado el bueno de su abuelo.


No hay forma de describir lo patético que resulta el concurso de bellezas infantiles. Se dijo alguna vez que toda la película estaba encaminada a criticar esta grotesca explotación infantil, barredora de ilusiones y creadora de muñequitas barbies de adorno. Desde el presentador hasta la coordinadora del certamen, pasando por todos y cada uno de los monstruítos que invaden el escenario del hotel en el que se celebra el certamen, destilan un tufillo de horterada y ultraperfección que contrasta enormemente con la ingenuidad, inocencia y jovialidad de la pequeña Hoover. Me parece exagerado pensar que la película no es más que eso, entre otras cosas porque el leif motiv principal de todo el film es el hecho de conseguir una familia en apariencia deshecha, surrealista y dislocada. Algo que consigue, gracias a la ilusión, que sabe contagiar a la perfección al espectador, que tiene Abigail Breslin.


El fracasado no es el que pierde, sino el que ni siquiera lo intenta. Recordemos esta buena frase del abuelo Arkin a su nieta. Gracias a eso, la joven se tira de cabeza a la piscina de un concurso que no es digno de su arte, como se puede comprobar al final de la proyección.

domingo, 9 de marzo de 2008

Un plan brillante


Resulta extraña esta película en el batiburrillo de piratas, Harrypotters, faunos y espídicos gritones que invaden las pantallas cinematográficas. Un rara avis singular, tanto por su impecable factura como por la historia que cuenta.


Demi Moore interpreta a Laura Quinn, alta ejecutiva que trabaja en un holding dedicado a los diamantes en el Londres de los años 60. A pesar de su inteligencia y dedicación, muy superior a la mayoría de sus compañeros masculinos, no logra ascender en el escalafón. Todos los directores de sucursal que se eligen son hombres. Por si esto fuera poco, el Sr Hobbs, interpretado magníficamente por Michael Caine,un entrañable anciano que trabaja limpiando las papeleras y los despachos de la compañía, la advierte de que la van a despedir en breve.


Hobbs le cuenta su plan para robar la caja fuerte de la compañía. Apenas nada, una especie de robo simbólico, que consiste en principio en llevarse los diamantes que quepan en un humilde termo de café. Después de muchos tiras y aflojas, Hobbs convence a la fría Laura para que le ayude. El asunto se complica cuando la compañía instala un sistema de cámaras para vigilar los pasillos. Cuando llega el día D, Hobbs tiene que coordinar sus lentos movimientos para entrar en la caja fuerte en el intervalo de quince segundos que permanece la cámara desconectada. Asistimos a la patética carrera del anciano, que se salva de ser visto unicamente gracias a la gula del vigilante. "Le van a pillar", piensa invariablemente el espectador. Laura, mientras, llama por teléfono al vigilante para distraerle.


En la siguiente escena, Hobbs llega a su casa y enjuaga el termo de café. Al parecer no se ha atrevido, o no ha podido, sacar un solo diamante de la cámara acorazada. Laura, que ha observado salir a Hobbs del turno de noche, es requerida por los guardias para que les acompañe a la cámara acorazada. En una toma que borda la perfección, por lo desconcertante de la misma, aparece la cámara absolutamente vacía. Han desaparecido hasta los diamantes enmarcados que colgaban de las paredes. Más de una tonelada de diamantes.No voy a revelar la artimaña de Hobbs para sacar los diamantes de la cámara sin ser visto. La misma Laura trata de convencerle de es una locura lo que ha hecho, hasta el punto de que se ofrece para participar en la investigación que promueve la compañía de seguros para esclarecer el caso.


Solo al final nos enteramos de que el bueno de Hobbs pretendía únicamente llevar a cabo una venganza, que consigue con nota, y de que los diamantes en si le importaban un auténtico carajo.Una gran película, perfectamente ambientada en la época, con colores pálidos y sugerentes en muchas ocasiones. Música de jazz, suave, sin estridencias, y una más que meritoria interpretación, tanto de Demi Moore, que a mi juicio mejora con los años como el buen vino, como de Michael Caine, un valor siempre seguro. Destaca también Lambert Wilson en el papel de detective de la compañía de seguros, sutilmente prendado de Laura. Cine con mayúsculas, que crea afición, y del que sales de la sala con la sensación de que no te han estafado, y de que no todo está perdido.

Sin reservas

Marta es la jefa de cocina de un selecto restaurante alemán. Toda su vida gira en torno a su trabajo, a su gran profesionalidad, que roza la paranoia, a su metódico modo de encarar la vida. Cuando su hermana y su sobrina vienen a visitarla, sufren un accidente de coche. La hermana muere, y Marta tiene que hacerse cargo de su sobrina de ocho años. Es entonces cuando su vida sufre un giro de 180 grados. Después de unos días de descanso para hacerse cargo de la sobrina y tratar de ordenar su nueva vida, vuelve al restaurante, para encontrarse con la desagradable sorpresa de que, para suplirla, la dueña del restaurante ha contratado a un pintoresco cocinero italiano llamado Giusseppe.Un momento...¿Marta?. ¿Giusseppe?. Vaya. Me he liado. He mezclado la historia protagonizada por Catherine Z. Jones con la protagonizada por Martina Gedeck (Deliciosa Marta) en 2001.




Misma historia, mismas situaciones...!!! Hasta la magnífica canción de Paolo Conte "Via con me" aparece en las dos versiones !!!. El remake Hollywoodense no es un remake, sino una copia fiel de la película alemana. La protagonista, en esta ocasión, se llama Kate, el nuevo cocinero Nick, y la sobrina, deliciosamente interpretada por la protagonista de "Little Miss Sunshine", Zoe.Se trata de una historia simple, en la que el camarero se va ganando poco a poco a la en apariencia fría Kate. En este sentido destaca más, como italiano puro frente a la frialdad alemana, el Sergio Castellito de la primera versión. En ese sentido, a Nick no se le notan apenas contrastes, y más si tenemos en cuenta la naturaleza multiracial de la cocina de Kate.




Como escenas gloriosas, cabe destacar la táctica que utiliza Nick para que la sobrina, Zoe, se coma un platazo de tallarines, el trato al que somete Kate a los clientes insatisfechos y las escenas en las que la lianta Zoe consigue que Kate acepte quedar para cenar con Nick. En la versión americana, que como ya he dicho está calcada de la alemana, no aparece el padre de la sobrina, que sí lo hace en la primera. Al final, Kate y Nick montan un restaurante, completamente enamorados. De agradecer este tipo de cine, de historias sencillas, sin efectos, pero cargadas de una gran humanidad y sentimiento.Muy destacable también el papel jugado por el paciente psicólogo que atiende a Kate, aunque en esta ocasión, me quedo con el que aparece en la versión alemana. Recomiendo ver las dos, y a la hora de juzgar, tengamos en cuenta que la historia fue parida en Alemania. Es fácil mejorar cuando se copia la base.