lunes, 31 de marzo de 2014

Guillaume y los chicos... ¡A la mesa!

Nos llega de Guillaume Gallienne esta película, escrita, dirigida e interpretada por él mismo, sobre su propia vida. Más narcisismo, imposible.

El tráiler pintaba bien, como siempre. No os dejéis engañar. Las mejores escenas ya las habéis visto en ese minúsculo visionado de apenas dos minutos. El resto es el resultado del deseo del protagonista de exorcizar sus propios fantasmas, sus traumas infantiles, provocados por una familia que desde pequeño le tacharon de maricón (así, como suena), mariquita, negado para los deportes, nenaza…

Todo el metraje está compuesto de una serie de topicazos, no sólo relacionados con la ambigua tendencia sexual del protagonista, sino con una visión del mundo mediocre, chabacana y que en algunos momentos provoca casi inmediatamente el rechazo. Al principio, esta especie de niño mimado no madurado viaja a España, a La Línea de la Concepción. Mejor ahorraros la imagen que da en la película de esa zona y de los españoles en general, porque hasta yo, que no soy andaluz, me he sentido ofendido. Después, ese rechazo inicial se mitiga cuando trata de igual forma, superficial y llena de clichés, a ingleses y alemanes.

Lenta, delirante, con escenas de una pretenciosidad que raya la demencia, los ochenta y cinco minutos se convierten como por arte de magia, en la conciencia del espectador, en una duración mucho más larga. Comentar, a modo de anécdota, que mi santa, tan aficionada al cine o incluso más que yo, se ha dormido en mis brazos durante un buen rato, perdiéndose, gracias a Morfeo, algunas de las escenas más homófobas que he visto en mi vida. Resulta patético mostrar como el premio de su vida, la meta feliz finalmente alcanzada, el hecho de tomar conciencia de su condición de heterosexualidad.

Me parece indignante, a la vista en el momento de escribir este comentario de la ficha de la película, que se haya llevado tantos premios, entre ellos el César a la mejor película. Da la impresión de que algún iluminado que no tenía otra cosa mejor que hacer, puso en algún momento sobre la mesa una enorme cantidad de dinero, para que esta especie de desarraigado emocional vomitara sobre la pantalla su cuando menos fallida filosofía de vida. Un ajuste de cuentas, con pretensiones de comedia, sin gracia ninguna salvo en dos o tres destellos de originalidad.

"Obra maestra", "divertida y original", "humor ácido", "inteligentemente construida"… En la ficha de Filmaffinity he podido leer todo eso, escrito por unos cuantos críticos. Una de dos: o no han visto la película y se apuntan al carro de las primeras valoraciones, o están hablando de otra película. Las primeras valoraciones, escritas por periodistas franceses, son extraordinarias, como siempre. Ellos defienden a muerte lo suyo. Pero en esta ocasión, el producto no es defendible.

Chabacano, zafio, hiriente en ocasiones, que no agrio, como dice alguno, y por supuesto, nada irónico. No he visto ninguna manifestación del colectivo homosexual, pero no tardará en aparecer, supongo, porque la película no les trata precisamente con respeto.

¿Qué está pasando en Francia? Antes se realizaban películas de este pelaje en el país vecino, pero ni por lo más remoto resultaban tan alabadas como lo está siendo esta y otras similares. Probablemente este individuo sea muy conocido y respetado en su país, pero desde luego no tiene nada que ver con otros realizadores mucho más prestigiosos. ¿Dónde ha ido a parar la calidad y el buen criterio de los directores franceses?


Ahorraos el dinero de la entrada. Al menos a nosotros nos ha salido barato, con esto de la fiesta del cine, pero el tiempo perdido bostezando y cabreándome no me lo quita nadie…

jueves, 20 de marzo de 2014

Her

De la mano de Spike Jonze nos llega esta singular película de más de dos horas de duración que, gracias al tempo, a un guión sólido, con momentos de verdadera genialidad, y a las novedades que aporta, se nos pasa en un suspiro.

La historia transcurre en un futuro más o menos lejano, en una ciudad que a veces parece irreal, llena de colores pastelosos y ambientes asépticos, en la que la gente camina aislada, hablando o mirando sus teléfonos y sus gadgets preferidos. Theodore, (Joaquín Phoenix), un hombre de mirada melancólica, con un trabajo y una vida melancólicos (escribe cartas sentimentales a mano para sus clientes y navega en medio de un proceso de divorcio) adquiere un sistema operativo basado en la inteligencia artificial, que va aprendiendo y evolucionando con la persona que lo utiliza. En la primera sesión, Theo elige, de forma casi impremeditada, que el sexo del sistema sea femenino. Comienza así una curiosa relación, entre un hombre que a veces parece una máquina y un ordenador que cada vez parece más mujer. Samantha, que así ha elegido llamarse el sistema (en una graciosa escena en la que Theo le dice que tiene que tener un nombre y ella contesta “Samantha” al instante, tras analizar ciento ochenta mil nombres en dos décimas de segundo), evoluciona a pasos agigantados, captando lo mejor y lo peor del complicado entramado emocional de un ser humano. Sus conversaciones con Theo son cada vez más profundas. Es inevitable que los dos se enamoren.

Cuando vimos el tráiler y leímos la trama, la cosa se quedó ahí. “Un hombre que se enamora de una máquina”, y ya está. Las perspectivas no eran muy halagüeñas para decidirnos a ir a verla, entre otras razones porque a mi santa le cae el Joaquín Phoenix como una patada en los mismísimos. Al final la hemos visto, y nos ha encantado. La película es más, mucho más, que la curiosa relación entre un hombre y una máquina. Nos habla de sentimientos, de emociones cambiantes, de la fragilidad de la mente humana, capaz de enamorarse y estar enamorada durante ocho años y desenamorarse en un instante (“el amor es una disfunción psicológica socialmente aceptada”, dice la amiga de Theo, una Amy Adams increíble). Nos habla de recuerdos, de ensoñaciones,  de la importancia que para nosotros tiene el pasado, “que no es más que una bella historia que nos contamos a nosotros mismos”. Y todo ello en un ambiente perfectamente conseguido, intimista, entre romántico e hipnotizador.

La música ayuda mucho a crear una atmósfera sugerente. Salvo alguna escena concreta hacia la mitad del tercer tercio de la película, que se hace un poco lenta, el resto transcurre con fluidez gracias a todos los ingredientes convenientemente mezclados.

Bajo mi punto de vista la película no es clasificable, lo que la hace realmente grande. Podría decirse que es de ciencia ficción, o de drama psicológico, o de comedia romántica, o comedia a secas o incluso romántica a secas, pero pertenece a cada uno de esos géneros, y a todos al mismo tiempo. Te da que pensar, y disfrutar de los innumerables momentos de genialidad que muestra. Resultan inolvidables los episodios en los que Theo juega en su casa a un videojuego en el que parece un niño azul, cabezón y malhablado, que despierta las risotadas inevitables de los espectadores, o el videojuego de la “madre coraje” en el que trabaja Amy Adams. Resultan entrañables las cartas que escribe, teóricamente a mano pero en realidad en el ordenador, para clientes que contratan los servicios de su empresa para transmitir sentimientos a sus parientes más cercanos.





Una película altamente recomendable que no dejará indiferente a nadie, tanto por su trama principal como por todo lo que la rodea.

miércoles, 5 de marzo de 2014

"Philomena", de Stephen Frears

Otra sesión de buen cine, del que te mantiene pegado a la butaca, a veces con una sonrisa, y otras con un encogimiento del alma. Philomena, magistralmente dirigida por un Stephen Frears que no defrauda nunca, ni como actor como director (Los amigos de Peter, Mi hermosa lavandería, The queen, La camioneta, Café irlandés, Mr Henderson presenta…), nos relata la historia de una mujer a primera vista sencilla, interpretada por Judi Dench de forma magistral, que busca al hijo que le arrebataron cuando estuvo interna en un convento de Irlanda. En su trayectoria se cruza con Martin Sixsmith (Steve Coogan en el papel probablemente más sólido y digno de admiración de toda su carrera), una especie de asesor gubernamental caído en desgracia por no se sabe qué razones (da la impresión de que no lo saben ni los mismos guionistas) que tiene que ejercer su olvidada carrera de periodista para poder ganarse la vida de algún modo.

Basada en la historia real de Philomena Lee, que estuvo buscando a su hijo durante cincuenta años, la conmovedora y en ocasiones dura historia se desarrolla de forma ágil y fluida gracias a un guión magnífico, en el que los dos personajes, aparentemente contrapuestos, exponen cada uno sus ideas sobre los grandes temas de la vida con frases ingeniosas y momentos inolvidables. Como muestra, la categórica frase de Judi Dench en el avión: “La gente que vuela en primera no tiene porqué ser necesariamente gente de primera”. La humildad y sencillez contrasta profundamente con la del periodista, acostumbrado a un alto nivel de vida que por las circunstancias de su trayectoria parece habérsele escurrido entre los dedos.

La ambientación, perfecta, de la época de Philomena en el convento, pone la carne de gallina en cada una de las escenas. Frears se ha ganado a pulso la categoría de mejor director en dramas humanos, por la gran carga de emotividad y sentimientos con que sabe dotar siempre a sus personajes. Las imágenes de cine familiar en las que aparece el hijo de Philomena, cuidadosamente distribuidas a lo largo de la película, provocan el silencio absoluto de la sala y alguna que otra lágrima.

Me ha parecido más que inteligente el enfoque que Frears le otorga a un problema que a priori podría resultar anti religioso o cuando menos anticatólico. El tema de los niños robados, que en este caso además se plantea como un simple negocio, podría despertar suspicacias en ese sentido. Nada más lejos de la realidad. En el convento existen monjas crueles, pero también amables, cariñosas y comprometidas con la condición de mujer. No es un ataque contra la fe católica, porque además Philomena es la primera en abanderar esa fe como parte integrante de su vida. Se trata de personas, que actúan según su filosofía de vida independientemente de la fe que profesan. Dudo que al verla alguien se sienta ofendido, a pesar de lo delicado del asunto, como ya he dicho.

Una buenísima película, de las que hacen afición, con dos actores que se meten tanto en los personajes que parecen haber sido ellos mismos los protagonistas reales de la historia. Judi Dench puede interpretar tanto a la misma reina Isabel de Inglaterra como a la humilde Philomena, lo que no demuestra otra cosa que su enorme grandeza como actriz.

No dejéis de verla. No os dejéis engañar por el cartel publicitario, para mi gusto demasiado colorista y que podría incitar a pensar que se trata de una obra menor. Es de esas películas de las que uno sale con la impresión de haber visto algo importante, y probablemente con ideas renovadas sobre cuestiones que, mal planteadas, provocan el rechazo inmediato o una adhesión inquebrantable por motivos que poco o nada tienen que ver con la calidad humana de las personas como individuos, no como pertenecientes a uno u otro credo.


Ahora ya sólo falta leer el libro en que se basa la película, escrito por el mismo Martin Sixsmith. Cuando una película consigue que te entusiasme la idea de seguir investigando sobre ella, es que ha alcanzado casi la perfección.