sábado, 16 de mayo de 2009

Angeles y demonios


Si algo hay que agradecerle a la última adaptación al cine de una novela de Dan Brown, "Angeles y demonios", dirigida por Ron Howard y protagonizada por un semi-congelado Tom Hanks (nada que ver con el encantador protagonista de "La terminal", por poner un ejemplo), es que se ha cambiado completamente el surrealista e inafantiloide final del libro, en el que aparecía el camarlengo dando saltos absurdos de un lado a otro del Vaticano, y el bueno de Langdon salvándose de una muerte segura planeando agarrado a una chapa del helicóptero que coge con el camarlengo. Y eso es lo único que hay que agradecerle, porque todo lo demás es pura pretensión de gran película sin ningún fundamento.


Que Dan Brown es un pésimo escritor quedó ya demostrado en "El código Da Vinci", otra ocasión en la que la película eliminó o cambió algunos aspectos del libro que resultaban absurdos. En esta ocasión, la película se basa en un libro que se escribió con anterioridad, y que, por tanto, está todavía peor escrito si cabe. Estamos ante una de esas raras ocasiones en las que la película supera al libro, si bien no deja de ser una aventurilla más o menos entretenida, y nada más que eso. Existen miles de películas del mismo corte tanto o más dignas que la que nos ocupa. Toda la saga de "La búsqueda", por ejemplo, o las del bueno de Bourne, sin ir más lejos, disponen de más elementos que "Angeles y demonios" para entretener al espectador. Los personajes son planos, sin fondo, sin matices, o muy buenos o muy malos, como acostumbra a mostrar Brown en todo lo que hace. Basar el atractivo de una película en la supuesta diferencia lingüística de sus protagonistas, resulta cuando menos absurdo. El único que habla un castellano perfecto es Langdon, si bien lo que dice la mayoría de las veces carece de interés. Más interesado en mostrar cada dos minutos su ambigüedad ante la iglesia, el supuesto detective triunfa, y se toma la correspondiente taza de café del final con la guapa protagonista (que se parece incluso a la Tatou del código), después de haber evitado la muerte de uno solo de los cuatro cardenales secuestrados por el psicópata de turno. Todo un éxito, vaya.


A los que conocemos Roma nos resultaba muy complicado entender que los trayectos que se realizaban en la película tardaran tanto en realizarse, sobre todo si tenemos en cuenta que la cruz que se marca en el mapa abarca una zona no más grande que el barrio de Salamanca, y que dichos trayectos se realizan con toda la parafernalia de coches de policía, sirenas y todos esos elementos que hacen que el psicópata de turno sepa en todo momento por dónde andan sus perseguidores. Se hace insufrible la escena de la Plaza Nabona, cuando en un supremo esfuerzo, el bueno de la peli salva de ahogarse al último cardenal. Os juro que ni los romanos son tan lentos en reaccionar, ni la fuente es tan profunda como aparece en la película.


El secreto del éxito de las bazofias de este hombre consiste en meterse de cabeza en instituciones de las que se consideran, cuando menos, delicadas. El Vaticano, por ejemplo. Se mueve por él con la misma soltura que nosotros por la puerta del sol. Resulta curioso observar a la manada de ovejas esperando en la Plaza de San Pedro, durante Dios sabe cuanto tiempo (en teoría un día, pero muy largo, a juzgar por las fumatas que se producen), mientras unos cuantos cerebros mundiales, que hablan como si fueran rusos, recorren la ciudad de un lado a otro exponiendo eruditas teorías y llegando siempre tarde a los sitios.


Resulta increíble, y eso ocurre también en el libro, que el malo de la película sea precisamente el que dé las pautas para localizar la correspondiente bomba, compuesta en esta ocasión de antimateria, y el que levante la lápida del papa para comprobar que ha sido asesinado. !!Pero cacho imbécil, si lo has matado tú, cállate, coño, no te descubras!!. Resulta también un recurso mediocre intentar confundir al espectador haciendo aparecer al jefe de la guardia suiza como el líder de los Illuminati (!!pobre Stellan Skasgard!!. Con lo agusto que estaba con su amigo Lars Von Trier...).


Una película mediocre, que producirá su cierta dosis de polémica por meterse supuestamente con algunos aspectos de la iglesia, y que en muchas de sus escenas recuerda a "Las sandalias del pescador", sobre todo en las intervenciones de los periodistas que emiten para sus televisiones los acontecimientos, y en todas las escenas referidas al cónclave de los cardenales. Una película menor, entretenida, pero nada más, y que en cualquier caso, no nos aporta nada nuevo.


En serio, si habéis leído el libro, no merece la pena que veáis la película, y si no lo habéis hecho, tampoco. Hay otros muchos títulos más interesantes, os lo aseguro.