viernes, 4 de diciembre de 2009

Anticristo, de Lars Von Trier


Definitivamente, a este buen hombre se le ha ido completamente la olla. Es una lástima, pero desde su atalaya de director de culto, cada vez se muestra más aburrido, más insufrible, más pretendidamente trasgresor, cuando lo cierto es que aburre hasta a las ovejas.
Partiendo de una escena en apariencia dura, la muerte de un niño que se mata al caer desde una ventana mientras sus padres hacen el amor, el amigo Lars pergueña un infumable recorrido por la zona más castigada de la mente humana. Digo que la primera escena es en apariencia dura, porque la innegable tragedia que supone la muerte de un niño, algo que difícilmente soy capaz de soportar en el cine, se convierte en parodia bajo el filtro absurdo del delirante director. No viene a cuento en absoluto la cámara lenta, ni la suave y melosa música clásica elegida. En su deseo de epatar a ultranza, único motor de un director que empezó con fuerza y se ha ido desinflando con los años, lo único que consigue Lars Von Trier es desbarrar, hasta el punto de que sus personajes nos resulten falsos, fríos, absurdos y egocéntricos, fieles reflejos probablemente de la personalidad de su creador.
Pesadez, somnolencia, aburrimiento, sopor... Esas son las sensaciones que tuve con “Anticristo”. Personajes feos, entornos feos, paisajes feos, decadencia, depresión, asco a veces (en una ocasión concreta, hacia el final) y una continua sensación de estar perdiendo el tiempo miserablemente. Ese fue el resultado. Había escuchado reseñas en la radio, y leído críticas en revistas especializadas. “La nueva y perturbadora película del siempre polémico Lars Von Trier, con fuertes escenas entre las que destaca una eyaculación de sangre y el corte con tijeras de un clítoris”. No os dejéis engañar, amigos. No merece la pena. Si lo que buscaba Lars era escandalizar, podía haber grabado directamente las dos escenas mencionadas en un corto de apenas un minuto, porque ciertamente es lo único reseñable que tiene la película. Nada más. El resto es pura bazofia. Y tampoco escandaliza mucho, a estas alturas, que alguien eyacule sangre después de que le hayan golpeado salvajemente sus partes con un trozo de madera. Porque esa es la razón, no elucubréis con el pretendido sadismo que algunos han esgrimido como razón de ser de la película. A la mujer de Willem Dafoe se le va la olla, probablemente en la misma medida en que se le ha ido al director, y golpea a su marido con un trozo de madera, antes de atravesarle la pierna con el eje de una rueda de afilar mientras está inconsciente.
No hay transición, ni razón de ser, ni trayectoria mental alguna, ¿para qué, si es el divino Lars quien dirige? Me imagino a Lars diciéndole a su guionista, o a su productor, o a quien narices sea “oye, tú, que ya han pasado cuatro capítulos de película, y todavía no hemos epatado”. “Es verdad -responde el aludido-. Vamos a hacer que a la chica se le crucen los cables de repente”. Y así sucede, hasta el punto de que la buena mujer coge unas tijeras enormes, convenientemente oxidadas, y se rebana el clítoris ante nuestros ojos, que con un poco de suerte estaban abiertos todavía ante el infumable espectáculo. ¿A cuento de qué viene semejante despropósito? Bueeeeno... parece ser que la mujer vio que el niño se iba a caer de la ventana, y no hizo nada, probablemente obnubilada ante las artes amatorias del siempre fascinante William Defoe.
Al amigo Lars se le ve el plumero. Bebe de aquí y de allí, con la intención siempre de escanadalizar. Mata a los niños sin ningún pudor (ya lo hizo en “Dogville”, otra ocasión en la que no me importó nada), utiliza a actores mediocres (en mi vida me había tropezado con una mujer tan gris como Charlotte Gainsbourgh), cuyo único mérito es el de haber participado en alguna ocasión en alguna película polémica (me refiero a “la ültima tentación de Cristo”), se sirve de escenas de otros géneros que se cachondean de sí mismos, como el gore (género que se puede considerar respetable por esa razón), tratando de revestirlo, en su caso, de sesuda introspección a la mente humana, titula su gran parida de una forma que haga ponerse alerta a los de siempre (¿A cuento de qué, “Anticristo?)... Una serie de despropósitos, en definitiva, del que se considera a sí mismo el mejor director del mundo, como ya ha proclamado en alguna ocasión sin ningún pudor.
Signos. Signos extraños, siempre, para buscar ese poso enigmático e intelectualoide que epata en las pantallas de festivales tan pretenciosos como el de Cannes... Estoy harto de tanta imbecilidad, os lo aseguro. Me duele que, después de perpetrar una parida de ese calado, este paladín del modernismo se permita el lujo de posar, sonriente y vestido de smoking, de pie en la alfombra roja. El pase de su delirio, fruto sin duda de una indigestión de patatas (sin saber muy bien la razón, me imagino a Lars Von Trier como un comedor compulsivo de patatas cocidas), provocó en el festival aplausos encendidos y abucheos incontrolados. Precisamente lo que eleva a la quinta potencia el egocentrismo de este buen hombre. Hay que estar a su lado o contra él, pero siempre de una manera encendida. Eso es lo que le gusta.
Siento una pena enorme y un gran dolor al confesar que lo único que provocó “Anticristo” en mi estado de ánimo, fue una profunda e inevitable somnolencia

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