domingo, 26 de enero de 2014

"La gran belleza", de Paolo Sorrentino




Otra lección de Gran Cine, de ese que te deja con la sensación de haber asistido a un gran espectáculo, tanto visual como emocional, de la mano en esta ocasión de Paolo Sorrentino. Había visto un reportaje sobre ella en televisión y me picaba la curiosidad, y más cuando un buen amigo de FB, Juanjo Díaz Tubert, la recomendó en un comentario. La vi en versión original, y ya desde la primera escena me recosté en la butaca, dispuesto a disfrutar.

Tras la tranquilidad de ese primer episodio, que parece querer decirnos que es posible sucumbir a la belleza (ya le ocurrió a Stendhal, dando pie a ese síndrome que lleva su nombre), Sorrentino cambia por completo de registro y nos mete de lleno, con toda contundencia, en una especie de videoclip, encaminado a presentarnos a Jep Gambardella, soberbiamente interpretado por un enorme Toni Servillo, un personaje a priori gamberro, bon vivant e iconoclasta, pero también profundo, reflexivo, de alguna manera vitalista... En cierto momento de su vida, al llegar a Roma, y seguramente debido a la frustración por algo que perdió en su juventud y que no descubriremos hasta el final, se convirtió por propia voluntad en “el rey de los mundanos”, como nos confiesa en uno de sus paseos matutinos por la orilla del Tíber.

Jep vive intensamente la noche de Roma, rodeado de amigos y conocidos de la alta sociedad tan aparentemente vacuos y superficiales como él. Reside en un ático justo al lado del Coliseo, impresionante, con una terraza desde la que se contempla la belleza de la ciudad. La misma belleza que nos descubre Jep en cada uno de sus paseos matutinos de vuelta a casa, tras noches de copas en las que bebe “lo suficiente para pasarlo bien, pero no lo bastante como para que le siente mal”. Es durante esos paseos, cuando nos damos cuenta de que el bueno de Jep no es tan golfo como parece, que su alma vibra ante la belleza. Ya desde la primera frase se hace querer:

“los coños, contestaban mis compañeros. El de las casas donde viven personas mayores, contestaba yo. La pregunta era “¿cuál es el olor que más te gusta? Desde aquel momento me di cuenta que mi camino era el de la sensibilidad, que no podía ser otra cosa que escritor”. Es un escritor que le dio al mundo una obra maestra muchos años atrás, y que parece decidido a no volver a escribir. Jep acepta su mundanidad, y es consciente de ella. Se enfada cuando alguien perteneciente a su círculo trata de falsear la realidad de sus vidas, de justificar con razonamientos y desprecio a los otros la propia trayectoria. En una conversación memorable en la terraza de su ático, disecciona casi con crueldad y una tremenda ironía, en un discurso que me recordó en gran medida el de Leopoldo María Panero frente a su madre y su hermano en ese otro monumento cinematográfico que es “El desencanto”, las ínfulas de una amiga que se ve a sí misma como una mujer comprometida, escritora de éxito y madre modelo.

La película me recordó tres obras maestras de Fellini. La primera, “La Dolce Vita”. Jep tiene bastante de Marcello. Le gusta el lujo, la noche, el desenfreno, y no puede disimular cuando algo le aburre. “Ocho y medio” también se muestra en bastantes ocasiones, y sobre todo, para mi gusto, esa película casi desconocida, “Roma”, en la que la misma ciudad se convierte en personaje, como en esta, a través de mágicas escenas, muy fellinianas también, que no dejarán indiferente tanto al que conozca la ciudad eterna como al que no. Inolvidables la jirafa, la niña perdida, los flamencos en la terraza o el personaje de Stéfano, que guarda en su maletín las llaves de los palacios más bellos de Roma, simplemente porque es digno de confianza de las princesas que los habitan. Inolvidables las escenas de los que viven de la nostalgia, nobles que lo perdieron todo en su infancia, y que alquilan su presencia para cenas importantes. Inolvidable la editora de Jep, grotesca a priori y magnífica cuando habla, como cuando le llama “Jepino” al escritor, y ante la sorpresa de este, le dice “te he llamado Jepino porque el deber de un buen amigo es hacerte sentir de vez en cuando como un niño”.

Jep es como un círculo infinito de mundanidad y sensibilidad que se manifiestan cada día. Abre la película con esa frase mágica y la cierra con otra que hace reflexionar, y mucho, al que la escucha. La película transmite serenidad, esperanza y una gran paz, al tiempo que te hace admirar el placer de la belleza por sí misma, de la belleza en las pequeñas cosas, como una estatua de mármol, la rendija en un jardín o una monja recogiendo los frutos de un árbol. Ni podéis ni os la debéis perder. Daos prisa, porque es una de esas pequeñas joyas que desaparecen de las pantallas en poco tiempo. Os dejo con la última frase de Jep, un hombre que se quedará grabado para siempre en vuestra memoria:


“Así termina todo. Pero primero, ha habido una vida, escondida bajo el bla, bla, bla… Todo está resguardado bajo la frivolidad y el ruido. El silencio, el sentimiento, la emoción, y el miedo. Los demacrados e inconstantes destellos de belleza, la decadencia, la desgracia, y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo. Bla, bla, bla…En otros lugares, hay otras cosas. A mí no me importan los otros lugares. Así pues, que empiece la novela. En el fondo, es sólo un truco. Sí, sólo es un truco”

1 comentario:

guiorgon dijo...

hola lei lo que escribiste y que acertado todo , ya que es muy dificil explicar
con palabras la belleza de esta pelicula ,no queria que se termine ,la vi en el cine y queria rebobinar y verla otra vez,
es un viaje un paseo por roma por la historia y por este hombre que si lo encontras en la calle lo queres abrazar,
era eso solo me gusto lo que escribiste saludetes y suerte!!