De nuevo el juego sucio del tráiler engañoso. “Parece
interesante”, piensas cuando lo ves, pero nada más lejos de la realidad. Se
trata de una película vacía, pretenciosa, con delirios de grandeza, en la que
una extraña pareja de profesores ingleses decide pasar su treinta aniversario
en París, ciudad a la que viajaron al casarse. Resulta penoso asistir a los patéticos
esfuerzos de Nick (Jim Broadbent) por conseguir aunque sea un solo beso de su
mujer, Meg (Lindsay Duncan), una persona bipolar que parece encontrar un placer
casi sensual en martirizar física e intelectualmente a su marido. Los toques
inquietantes de un descafeinado sadismo y masoquismo por parte de uno y otro no
llegan a cuajar nunca, y se introducen simplemente para aportar un elemento
aparentemente inquietante que no llega a nada, como todo lo demás. La trama,
insulsa, y en la que el director, Roger Mitchell, ni siquiera es capaz de
aprovechar el potencial fílmico de una ciudad tan encantadora como París,
transcurre entre encuentros y desencuentros, risas y lágrimas, frases hechas y
actitudes pseudointelectuales de los dos protagonistas que parecen anticipar
algo que nunca termina de llegar. Es decir: no pasa nada.
El encuentro con Marcus (Jeff Goldblum), un antiguo alumno
de Nick que ha triunfado con sus libros, parece que va a aportar al marasmo de
aburrimiento al que estamos asistiendo hasta ese momento. Y así es. Es en la
escena de la cena en su casa, en la que Nick confiesa que es un alfeñique,
cuando compruebas que la película tiene sentido, y que toda ella se ha montado,
con un resultado mediocre, para llegar a esta escena. El profesor se sincera, y
de inmediato se gana el respeto de todos, incluido el de su mujer. El alfeñique
es respetado al declarar su condición de alfeñique, esa podría ser la
conclusión, y el leit motif de toda la película.
En el programa de la 2 de críticas de cine comentaron ayer
que Roger Mitchell es un ferviente admirador de Godard. Acabáramos. Entendí
entonces gran parte de los diálogos entre los dos personajes en la habitación
del hotel que, si en Godard resultaban innovadores y atrevidos (véase “a bout
de soufflé”), en su rendido admirador no dejan de ser pedantes, pretenciosos y
faltos de sustancia. No se puede imitar el genio, y menos cincuenta y tres años
después, sin aportar aunque sólo sea una pizca de personalidad propia. Una película supuestamente intelectual no se sostiene únicamente con citar a Proust o a Kant. Eso está ya muy visto.
Lo único que se salva es la música, y el curioso homenaje
del final a otra película de Godard, La bande a part”, con el sugerente
bailecillo. Aquí os dejo el original, que desde luego no tiene desperdicio:
En serio, gastaos los nueve euros de la entrada en algo más
interesante. No os arrepentiréis.
3 comentarios:
Vaya, hacía mucho que no leía un comentario tuyo en este blog. Y bueno, con lo que dices, es casi seguro que no vea esta película. Es más, dudo siquiera que llegue por estas costas. Lo único bueno de este tipo de películas es que te ayudan a apreciar mucho mejor las que sí son buenas. Saludos y un abrazo, hermano.
Ay, mi santo! Y yo fui la instigadora de tal noche, que quería verla por el protagonista principal! So sorry! jajajaja.
Muy bien reseñado! Una pena de noche!
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