Juan Antonio Bayona nos sumerge sin concesiones en un
acontecimiento que podría calificarse de milagroso, el del reencuentro de los
cinco miembros de una familia española que sobrevivió al tsunami que arrasó
parte de las costas de Tailandia en 2004. Un acontecimiento feliz encuadrado en
una tragedia de dimensiones apocalípticas, en la que perdieron la vida cerca de
un cuarto de millón de seres humanos.
La primera parte es espectacular. Bayona juega perfectamente
con los sonidos, con las sensaciones, con los signos que preceden a la
brutalidad del tsunami, magistralmente recreado. El espectador se siente parte
integrante del terror provocado por el agua. La naturaleza desatada, que
convierte al ser humano, con todo su poder, con toda su inteligencia, en nada,
en un simple objeto tan maltratado como una rama de árbol, un coche o un puñado
de cristales rotos, impresiona por su devastador poder. Desazona lo poco que se puede hacer, lo absolutamente nada
que se puede hacer, salvo confiar en la suerte, en unas circunstancias como
esas. Creo que hacía mucho tiempo que no se producía en la sala un silencio tan
sobrecogedor como el que viví ayer. Todos éramos conscientes, y así nos lo ha
enseñado Bayona, de que no somos más que peones en las manos del destino.
Impone una fuerte congoja la imagen de Naomí Watss rendida frente al cristal,
en cuclillas, con la hoja de papel pegada al mismo, esperando la tragedia. Nada
puede hacer, y lo sabe, salvo esperar.
La segunda parte nos cuenta el duro camino de la
supervivencia. El sufrimiento que conlleva la gran suerte de haber sobrevivido,
aunque suene a paradoja. Te duele el cuerpo cuando ves a la madre y al hijo
caminando entre cañas, en un paisaje devastado, sangrando, gritando de dolor.
Bayona no se permite ni una sola concesión. Su gran acierto, bajo mi punto de
vista, consiste en mostrar el dolor en toda su crudeza. No se trata de dos
héroes al estilo de Hollywood, sino de una madre y su hijo cercanos, reales,
sobrecogidos, aterrorizados. Me encantó que el director jugara con los primeros
planos, con sugerencias, con las caricias que un niño al que encuentran y
salvan, aterrorizado, le da a su nueva madre. Primeros planos largos
increíbles, como el de la cara del nativo que arrastra a la madre por el
lodazal para llevarla al hospital. Ella le mira a la cara, durante todo el
camino. Es consciente de que esa persona le está salvando la vida. Pienso que
esa mujer, la real, jamás olvidaría la cara de ese hombre.
Bayona se centra en el drama familiar, en el reencuentro, en
la peripecia vital al extremo que sufren todos ellos, desde María y Lucas
(increíble actor el pequeño Tom Holland), madre e hijo mayor, hasta el padre,
Henry (¿Será posible que JAMÁS he visto una película de Ewan McGregor que no me
guste?) y los dos hijos pequeños, Simon y Thomas. Todos han quedado tocados,
aterrados ante el baile con la muerte, pero han sobrevivido, han disfrutado de
ese privilegio. Con miradas laterales, retazos del horror, somos conscientes de
lo que ha sucedido. Miles de cadáveres toscamente envueltos en sábanas, gente
que llora ante las listas expuestas en los tablones de anuncios, médicos y
enfermeras desbordados ante tanto horror. Bayona parece querer hacernos saber
constantemente que la familia española conforma la única pieza optimista, el único retazo de luz en
medio de tanta oscuridad.
La historia desgarra el corazón. Los silencios provocados
por el terror, conmueven. El derrumbamiento de la madre cuando comprueba que
todos sus seres queridos están vivos, hace llorar, como otras muchas escenas,
como los encuentros, quizá un poco forzados y abusando un poco del suspense de
las casualidades, entre el padre y los hijos. También hace llorar la escena del
encuentro en el hospital entre un padre sueco y su hijo, propiciado por un
gigante, Lucas, que descubre la tremenda grandeza de su madre a través de todo
el metraje. Son lágrimas fáciles, buscadas, conseguidas con los recursos
habituales, con la música de fondo, naturales, gracias a escenas efectivas que
las provocan. Es sencillo llorar ante ese tipo de escenas.
Lo que nunca, lo que jamás me hubiera imaginado, es llorar
como lo hice ayer, primero al verla, después al recordarla, y ahora al
contárosla, ante una magistral, una soberbia escena con un simple teléfono
móvil como protagonista principal.
Una digna, muy digna producción española. Bayona comenta en
una entrevista en la red que parece mentira que infrautilicemos unas
instalaciones, como las de la Ciudad de la Luz en Alicante, en donde se rodó
parte de la película, que son superiores a muchos estudios de Hollywood. Cuando
se utilicen las instalaciones, el presupuesto, o el talento de un director como
Bayona, para rodar auténticas joyas como “Lo imposible”, bienvenido sea todo.
Hay que verla. Y en este caso, además, hay que verla en el
cine. En la pantalla pequeña perderá muchísima fuerza. Tomar conciencia de vez
en cuando de nuestra dimensión como seres humanos, de nuestra grandeza y de nuestra
insignificancia caminando juntas de la mano, nos abre la mente, nos hace más
humanos.
5 comentarios:
Vi el trailer, como todo el mundo supongo, en un anuncio y me pareció una más de las pelis de catástrofes que a veces ponen por las tardes en Antena 3. Me alegra que me hayas descubierto que es algo más.
El tema del Tsunami lo tengo reciente en la memoria porque acabo de terminar El Juicio de Dios, de Ríos Ferrer, que parte de él.
Un beso
Aunque a mi tambien,me parecio una pelicula mas de estos temas,he oido muy buenas criticas de ella,y aqui lo reflejas muy bien!! un besazo!!
¡Coño, Felix! así no hay quién se resista a querer ir al cine, con lo maravillosamente que nos las vendido. ¡Ya tengo ganas de verla! (en cuanto tenga con quién dejar a mi madre,me largo al cine) Un abrazo.
Me la pongo en la lista. Genial entrada.
Una magnífica película que recurre a estrellas internacionales porque es necesario pero cuenta una historia muy humana y tiene una dirección brillante por parte de Bayona. Saludos.
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