martes, 11 de marzo de 2008

La vida de los otros



No me puedo considerar precisamente un fan del cine alemán. Suelo colocar la cinematografía de este país a años luz del cine que se está realizando en Francia, en Inglaterra o incluso en Italia. Sin embargo, en los últimos años tengo que destacar dos películas que me han sorprendido agradablemente, tanto por su temática como por su excelente factura: El hundimiento, que muestra los últimos días de Hitler, y en la que no se escatiman recursos para reflejar la absoluta inhumanidad del personaje, y esta, La vida de los otros.


El capitán Gerd es un eficiente policía de la Stasi, la temible policía de la alemania comunista. Sus métodos para interrogar sospechosos son tan refinados y efectivos, que una parte de su trabajo consiste en dar clase a futuros interrogadores. La película está repleta de detalles de buen cine, como por ejemplo, el del momento en que Gerd marca casi imperceptiblemente con una x el nombre de un alumno que le hace una pregunta ligeramente capciosa. Cuando le encomiendan la vigilancia de un matrimonio formado por un escritor de teatro y una famosa actriz que han caido bajo sospecha, la vida de Gerd empieza a cambiar. Poco a poco asistimos, escucha tras escucha de los diálogos que mantiene el matrimonio, a algo que no se suele producir en casi ningún ser humano: el cambio radical de su forma de pensar, de su ideología, de su manera de ver la vida. En un alarde de integridad, el policía decide ayudar a la pareja sin que esta sospeche nada, hasta el punto de perder su trabajo y su consideración en el partido.


Es curioso el personaje del jefe de Gerd, un arrivista hipócrita, amante de la buena vida e incombustible en su postura ante el partido. En una de las escenas, en el comedor del cuartel de policía, un joven aspirante a policía cuenta un chiste sobre Stalin. Este personaje, el jefe de Gerd, le ríe la gracia y le cuenta, a su vez, otro chiste. En un guiño a la memoria del espectador, el joven vuelve a aparecer, casi al final de la película, al lado de Gerd en una oscura dependencia. El bueno del jefe le ha depurado, condenándole a un trabajo gris, absurdo y sin ninguna posibilidad de ascenso.


La película tiene uno de los finales más conmovedores que he visto en los últimos tiempos. Repito que es de las pocas veces que se muestra el cambio radical en la forma de pensar de una persona. Si todos fuéramos capaces de encontrar la sensibilidad que encuentra Gerd a través de las escuchas, el mundo funcionaría de otra manera.

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