sábado, 15 de marzo de 2008

Babel

Escribo esta sinopsis con la sana intención de que, quien la lea, tome conciencia de que no me debe decir en ningún momento, si es que se cruza en mi camino, que esta película es comparable, o incluso mejor, que la excelente "Crash". Nada más lejos de la realidad, en lo que a mi criterio al menos se refiere. "Babel" no le llega a "Crash" ni a la suela de los zapatos, así que, por favor, seamos sensatos a la hora de comparar una película con otra que supuestamente se le parece.




Partiendo de un hecho totalmente fortuito, quizá la parte más lograda de la película, se desencadenan una serie de acontecimientos, presuntamente relacionados entre si, destinados a mostrar únicamente que el tercer mundo es cada vez más amplio que el primer mundo, que los habitantes del tercer mundo pueden estar agradecidos por disfrutar del enorme privilegio de servir a los habitantes del primer mundo y que, de tan buenos e inocentes como son, resultan en realidad medio idiotas comparados con los superinteligentes, superimportantes y superdelicados ciudadanos del primer mundo.




Para demostrarnos todo esto, Iñárritu nos cuenta tres historias paralelas, con esos saltos en el tiempo que tanto le gustan, y con esos paisajes áridos, monótonos y fríos con los que al parecer disfruta también.




La estúpida peripecia de la criada mexicana de Brad Pitt y Cate Blanchett, que se lleva a los dos hijos del matrimonio a la boda de uno de sus sobrinos que se celebra al otro lado de la frontera, denota el miedo y la dependencia de ese tercer mundo con respecto al primero, y el peligro que implica abandonar, aunque solo sea durante un corto periodo de tiempo, la frágil seguridad que proporciona el tan ansiado modo de vida americano. Un castigo desmesurado ante un pequeñísimo pecado. Un castigo ante el que el matrimonio americano no mueve ni siquiera un dedo, a pesar de deberle su salvación a un miembro de otro tercer mundo situado al otro lado del oceano, devuelve a la inocente criada al triste lugar del que procede, sin posibilidad de vuelta atrás. Podía haber sido, amiga, pero, al haber puesto en peligro a dos miembros del primer mundo, y encima niños, no podemos confiarte de nuevo la custodia de nuestros cachorros. Hay más de doscientas dispuestas a ocupar tu lugar por cuatro duros.




Incomprensible la aventura de la adolescente japonesa muda, hija del propietario del arma que desencadena la locura, quien al parecer se la había regalado a un pastor de cabras marroquí en uno de sus viajes de acaudalado cazador. Un capítulo absurdo, patético y sujeto a múltiples interpretaciones. Una historia que no se resuelve. Los comentarios de los espectadores, una vez finalizada la película, encaminados a intentar explicar las posibles razones de las tendencias suicidas de la chica japonesa, resultaban de lo más variopintos. Comentarios que, sin embargo, eran incapaces de elucubrar la naturaleza del posible contenido de la nota que la muda le pasa al policía.




La perversidad del primer mundo frente a la inocencia y servilismo del tercero se refleja con la actitud de los turistas que acompañan a Brad Pitt y a su mujer en su aventura vital. Unos turistas egoístas, insolidarios, impacientes, horteras y, por supuesto, cobardes, que ven terroristas islámicos hasta por debajo de las piedras y que, curiosamente, no son estadounidenses, sino europeos. Unos dignos representantes de esa estirpe de turistas que pretenden visitar países con la misma seguridad y garantías de las que disfrutarían en un parque temático. Un tema manido, que debería provocar la vergüenza de pertenecer al primer mundo, en el caso de que los espectadores tuvieran la clara conciencia, no reflejada en la película salvo para los habitantes de Estados Unidos o Japón, de pertenecer a ese primer mundo.




En definitiva: malos muy malos y buenos muy tontos. Justamente lo contrario que reflejaba "Crash", en la que el principal mensaje, magistralmente transmitido, consiste precisamente en demostrar que ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos, que existen matices y tonos grises en todos los órdenes de la vida. Una película de la que lo único que destaco es la banda sonora de Gustavo Santaolaya. Del resto, aún a riesgo de sufrir la excomulgación de la mayor parte de la opinión pública, no salvaría absolutamente nada.

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